verde oliva: The Getaway

23 noviembre 2005

The Getaway

Qué decepción. Miradme, desde el día 16 que no escribo nada, o desde el 12, si tenemos en cuenta el esfuerzo. Podría decir que tengo un poquillo menos de ocio que antes, pero mentiría miserablemente. La verdad es que no me ha sucedido nada interesante en estas semanas. Y el problema no es ese, antes escribía sobre cualquier cosa que me viniera a la cabeza, daba igual lo insulso que hubiera sido el día, siempre se me ocurría algo que poner en el blog. Y he decidido que el pasado es un buen baúl de historietas, que ya iré poniendo si me quedo sin ideas (o sin ganas).

Empezaré con una hazaña graciosilla de mis años de delincuente juvenil, y las hay peores pero esta parece adecuada para el blog. Érase yo mismo con quince años, hace ocho nada más y nada menos, con una recién estrenada moto de 49 centímetros cúbicos; ¿conocéis esas motos que pasan por la calle haciendo un ruido de mil demonios?, pues sí, una de esas. Pues como era costumbre entre la "gente" del barrio, había que usarla para ver el ancho mundo (los pueblos vecinos, especialmente en fiestas). Uno de esos "largos" viajes me llevó hasta un pueblo llamado Sueras, tan pintoresco como cualquier otro, o sea nada. Y cuando la pandilla ya nos acercábamos al pueblo divisamos un todoterreno de la guardia civil (de ahora en adelante y, para abreviar, los verdes) que se acercaba por la carretera. Pues, ya fuera por el absoluto aburrimiento de un viaje a 60 km/h o por la esquizofrenia momentánea producida por el frío, a uno de los moteros del grupo, Mikel, el vasco, no se le ocurrió otra cosa que hacer un caballito frente a los verdes, y a una mano además (no voy a decir qué hacía con la otra). Obviamente los verdes, que estarían tan aburridos como nosotros, pusieron las luces y se dispusieron a dar un giro en el sentido de la marcha (ilegal que conste, que había ralla continua) así que el absoluto aburrimiento se transformó en típica diversión juvenil: putear a alguien y poner pies en polvorosa. Nos tocó darle gas y trepar por los empinados y desiertos callejones del pueblo, y el descubrir que los verdes seguían detrás no hizo más que aumentar la diversión. Finalmente tuvieron que desistir, ya que llegamos a unos callejones por los que no cabían dos motos al mismo tiempo y mucho menos un todoterreno. Hay que decir que cuando regresábamos a Castellón (la gran urbe), nos cruzamos con un vehículo de los verdes y multaron a uno de nosotros por alguna infracción de poca monta (vaya, menuda casualidad). Si bien pudo darse por satisfecho, ya que la conducción temeraria y el caso omiso a la autoridad le habrían salido un poquillo más caros. Ya me imaginaba en el cuartelillo aquella noche :D